"Las pocas vecesque
he sido felizhe
tenido profundo miedo ¿cómo iba a pagar la factura? Sólo los insensatos-o
los no nacidos- son felices sin temor. "
-Cristina Peri Rossi
A inicios del siglo XX, Freud fundó una práctica terapéutica relacionada con el funcionamiento de la mente humana en un intento por comprender aquello que particularmente nos conduce al sufrimiento. De esta manera, ideó un método de escucha en donde se busca descifrar, entre las historias que habitan en nuestra memoria, aquellas que hoy configuran nuestra propia versión de por qué se sufre. Pues, sin duda, más allá de los problemas que atraviesan la vida, es la misera neurótica la que complejiza la experiencia del dolor y agrega mayores dificultades. Como quién dice, cada quien construye su propio mito para justificar su realidad y sobrecargar de sentido aquello que, como mucho, sería un infortunio corriente.
En este sentido, con frecuencia se puede reconocer como el sufrimiento no tiene una causa exterior, sino que tiene que ver con algo más personal, con esos lentes que tenemos puestos para ver la vida y que están ajustados a la medida de las marcas de la propia historia. Es esa visión, la que arma las escenas que recrean aquello que nos genera dolor justificados en la idea del destino, esa que reduce lo que nos pasa en “lo que nos toca vivir”, y que mucho tiene ver con la creencia del no merecimiento.
Ahora bien, ¿Tendrá algo de cierto esa fantasía inconsciente? ¿Cada quién tiene lo que merece? Si cada quién construye su propio mito para vivir limitado (o no) dentro de la comodidad, creyéndose impedido por los otros o las circunstancias para vivir con excusas. ¿Qué vida merece alguien que no se arriesga a asumir su deseo? Pues la respuesta es sencilla, la vida que tiene. La vida en la que decide quedarse en la actitud pasiva, sosteniendo el peso de la mentira.
De este modo, sufrimos de lo que merecemos porque elegimos caer en nuestra propia trampa antes que pagar el precio de asumir nuestra verdad y hacer algo para cambiar aquello por lo que se sufre, esa clave interpretativa que funciona como una respuesta automática que nos dirige a la imposibilidad y nos deja detenidos en el “no”; porque son los miedos de la infancia (disfrazados) los que prestan su fuerza para (no) decidir. Cómo dice el poeta José Emilio Pacheco: en realidad no hay adultos, sólo niños envejecidos. Por fortuna, dar cuenta de nuestra realidad, nos abre a la posibilidad de construir con valentía, buscar las salidas (o inventarlas), para sentir más y no sólo miedo, para permitir que la vida nos cambie.
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