La persistencia de la memoria Salvador Dalí (1931) |
Cada vez más, nos encontramos encerrados en la lógica del rendimiento, en donde todo se mide, se evalúa, se vende y se compra. Es así, como esta vida que llevamos ha quedado reducida al emblema de un eslogan publicitario: Todo se puede… O todo al alcance de tú mano. Habitamos un tiempo plagado de una positividad excesiva que no reconoce límites, que conlleva a una escasa tolerancia al vacío y, en este sentido, a una necesidad patológica por llenar todo. Ya lo ha dicho antes el filósofo Byung-Chul Han, vivimos en una época del cansancio porque no hay espacio para detenerse, o más bien, no se le permite. Creemos falsamente que siempre debemos estar haciendo algo, cuando en realidad, lo que sucede es que nos la pasamos distraídos de una cosa en otra, en esas falsas ocupaciones que nos producen la sensación de estar haciendo mucho cuando, paradójicamente, nuestra vida puede estar en medio de una parálisis general.
De esta manera,
todo se convierte en un presente prologando lleno de estímulos, a los que toca
responder en la inmediatez, como si nuevamente habitáramos el mundo escasamente
desde el instinto de supervivencia animal. Todo esto produce, que vivamos en un
agotamiento excesivo porque existimos en la medida en que rendimos y, de allí,
la confusión de mirar la autoexplotación como la manera más eficaz de
autorealizarse. En este sentido, el cansancio de nuestra época es un cansancio que está anudado a la culpa,
al sentimiento de fracaso, a la depresión.
Así pues, se
hace necesario resignificar la vivencia del cansancio hasta lograr reconocernos en él.
Hoy estamos cansados pero, en muchas casos, cansados de una vida que pareciese
no ser la propia. Día a día acabamos exhaustos por un cansancio inmenso que,
generalmente, no se cura con tan sólo tumbarse a la cama y dormir. A nuestro alrededor, gira la estela insulsa de
aquel estado crónico (que nos pide algo más que sueño), estamos alejados de lo
que tiene que ver con las sensaciones de la vida y, al mismo tiempo, cada vez
más imposibilitados en nuestra capacidad para hablar, sentir y soñar.
Sobre esto nos
habla Peter Handke en “Ensayo sobre el cansancio”, un libro lucido y
contundente que nos ofrece la posibilidad de replantearnos esta vivencia, a
través de sus múltiples manifestaciones… Handke nos habla de cansancios
comunes, de los que unen y también de los que separan, cansancios que generan
paz y empatía, cansancios que son producto de vivir con intensidad, cansancios
en los que estamos solos y en los que es posible redescubrirnos. De esta forma,
podemos embarcarnos en una reflexión particular, que nos permita ver el
cansancio más allá de una limitación para seguir con esa vida ansiosa y
acelerada. Sino más bien, como ese espacio para estar, esa manera de vivir más
allá de sobrevivir, como la paz en el intervalo. Por consiguiente, aunque el
cansancio sea duro en cualquiera de sus manifestaciones, es importante rever en
él esa brújula que enseña a preguntarnos sobre nosotros mismos, que muestra lo
humano que somos y nos despierta de la terrible condena de estar girando indefinidamente
en círculo.
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