“…aquello que el sujeto no puede decir, lo
grita por todos los poros de sus ser.” Lacan
Una de las
mayores paradojas de la comunicación consiste en creer que hablamos, incluso,
creer que hablamos eso que queremos, cuando en realidad en lo decimos se
encuentran, como en mensajes cifrados, aquello que han querido decir los otros.
Es decir, somos hablados. Desde que nacemos, somos recibidos por un discurso
que nos hace su objeto, que a su vez, configura esa ventana frente a la cual
miramos la realidad. Es así como detrás
de aquello que se pronuncia se encuentran las voces de los otros inscritas en
la memoria, en ocasiones contradictorias entre sí o en discordancia con nuestra
propia voz, lo que supone una cuestión conflictiva en donde en ocasiones quedamos
atados, abolidos, sin voz, limitados en voluntad y deseo. Sin embargo, ante lo
que es difícil de articular en palabras impera el puro acto. De esta forma, aquello
que no hablamos lo representamos de alguna manera con nuestro cuerpo y los
actos, con eso que se hace.