1
2.
¿Qué quiere una
mujer de un hombre que no quiere nada de ella? Se titula uno de los artículos
del psicoanalista Luciano Lutereau, en donde pone en manifiesto una de las
formas en la que el fenómeno del amor coloca a la mujer en una posición
sufriente, que no le permite avanzar hacia la plenitud personal. Así pues, es
esta la pregunta que surge en la escucha de miles de mujeres cansadas y
agotadas de relaciones en las que se sienten totalmente anuladas e infelices, pero que aun así no dejan de sostener, lo que las lleva a un estado permanente
de reclamo, en donde esperan recibir aquello que el otro no puede o no está
dispuesto a dar. Entonces ¿Por qué seguir ahí?, y sobretodo, ¿Por qué elegir a
aquel que no quiere nada de uno? , ¿Qué es lo que no lleva a elegimos siempre
al mismo tipo de hombre o mujer?. Son cuestiones nada fáciles de responder, como
todo lo que encierra el amor, porque tienen que ver con aquello que buscamos
sin saber, con determinaciones inconscientes que nos inclinan hacia ciertas
personas y a ciertos esquemas que algo tienen que ver con el modelo de amor que
hemos conocido. Es decir, esquemas construidos
en el pasado que nos hacen elegir en el ahora. Ya lo había dicho el gran
Ernesto Sábato:
“No se encuentra sino lo que se busca, y se busca lo
que en cierto modo está escondido en lo más profundo y oscuro de nuestro
corazón. Porque si no, ¿cómo el encuentro con una misma persona no produce en
dos seres los mismos resultados? (…) Así, marchamos un poco como sonámbulos,
pero con la misma seguridad de los sonámbulos, hacia los seres que de algún
modo son desde el comienzo nuestros destinatarios.”
Entonces
¿Sabemos que esconden nuestras elecciones de amor?
3.
Resulta curiosa
la dificultad de algunas mujeres para referirse a sus parejas desde una
posición amorosa y no desde otros roles complementarios, unas los señalan como “el
muchacho con quién vivo” otras como “el papá de mis hijos”. Lo que evidencia los terrenos tan frágiles en
los que, con frecuencia, se construyen las relaciones y las diversas
motivaciones por las que llegan a unirse dos personas, por ejemplo, más allá
del amor, la necesidad de compañía.
Como es el caso
de una chica me cuenta que, cansada de los problemas familiares decide un día
irse a vivir a la casa de su novio, quien ahora se convirtió en su marido y, al
mismo tiempo, en el hombre que pudo sacarla de aquel ámbito familiar. Al
escucharla, es inevitable recordar aquellos cuentos de hadas en donde el
príncipe rescata a la damisela en apuros y, entonces, en honor a su valentía le
debe ahora sumisión eterna, muy lejos del amor y el deseo. Esta fantasía, común
hoy en día en muchas mujeres, representa una expectativa de encontrar en un
hombre aquello que no pudieron ofrecer los padres. De esta forma, es un intento
siempre fallido de salir de una familia con otra.
4.
Un signo actual
de la vida amorosa representa la posición infantil de creer que el amor del
otro es algo propio, lo que implica entonces una incapacidad para asumir con
dignidad la separación del otro, no solo la que conlleva la ruptura amorosa,
sino aquella que se vive como parte del desencuentro natural de dos seres que
se unen. Por ejemplo: cuando se piensa distinto, cuando se desea más allá de la
pareja, cuando se mira en otras direcciones. Así pues, es común escuchar en
algunas parejas una queja que se traduce en la dificultad para amar al otro
desde lo que es y no desde lo que espera que sea. En este sentido, una forma de
sufrimiento en la relación amorosa es esa en la que hombres y mujeres pretenden
convertir al otro en su objeto de satisfacción personal.
De allí que la
idea de la complementariedad, que culturalmente se asocia con la relación amorosa,
no pueda ser más que una creencia errónea. El amor no es fusión. Dos no hacen
uno. Amar implica separarnos para mirar nuestra propia singularidad y la del
otro. De modo que, para amar cada uno debe conocer su propia historia, sus
deseos, fantasías, sus contradicciones, ect… para no confundirlas con las del
otro, es decir, para verlo más allá de uno mismo. Es justo ahí donde realmente
comenzamos a amar.
5.
Aprender a amar
es desaprender los modos en que el amor se han manifestado antes en nuestra
vida. Es aprender a amar de diferentes maneras, por ejemplo, más allá de las
doctrinas o discursos religiosos, más allá de la necesidad de compañía o deseos
de procreación. Por eso, dice Lacan que amar es dar lo que no se tiene, porque
implica construir una nueva forma de vínculo con el otro. Es decir, significa
reconstruir los modelos de amor que ya hemos conocido para que, lejos de la repetición,
podamos crear junto al otro un modo diferente de vida.
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