Vivir es estar a
la altura de uno mismo, que significa tener la osadía para elegir desde
nuestras posibilidades y tomar una posición más allá de los estándares o de esa
voz interior que en ocasiones busca responder a lo que supuestamente quiere el
otro.
Por esto, la
vida solo puede ser para valientes, para aquellos que son capaces de decir sí a
lo que dicta su deseo y, más aún, para quienes se encuentran dispuestos a
lidiar con la angustia que representa descubrir que es realmente eso que
queremos. Y es que con frecuencia andamos por la vida un poco perdidos,
pretendiendo obtener cosas que en el fondo no deseamos y luego, cuando lo
conseguimos (metas, objetos, bienes, dones), ya no sabemos qué hacer con
eso. Nos pasa, entonces, que vamos
pedaleando sin rumbo, mientras que, lo que verdaderamente deseamos es ir hacia
otra dirección.
De ahí que la
felicidad o, más específicamente, esa sensación de estar vivos, requiera del
valor de aventurarnos dentro de nosotros mismos, para encontrarnos de frente
con el temor que produce actuar más allá de eso que resulta agradable para los demás. La osadía de dejarse vivir a través de ese
deseo íntimo, de eso que reamente queremos, a pesar de la sanción que pueda
generar el otro. Porque si no es para ser feliz, ¿Para qué lo quieres? O bien,
¿Para quién lo quieres?. Los diplomas, los carros, el status social, el trabajo
soñado (por otro)… pueden ser gratos regalos para alguien más o comodines que
ofrecen la tan anhelada sensación de realización pero que al final, si no se
encuentran alineados con nuestro deseo, solo se convierten en piezas de una vida en la que nada pasa.
O de una vida
que solo se entiende como una fuente de obligaciones vacías, en donde se ve con
lupa las perdidas mientras no se saben disfrutar las ganancias. Sin duda, se
termina pagando un precio muy alto al elegir vivir una vida satisfaciendo al
otro o escondidos detrás de las excusas. También, al no elegir nunca como al
quedar paralizados por el miedo.
Vivir dignamente
implica la determinación para enfrentar situaciones arriesgadas o dolorosas,
que no es más que poder asumir la realidad tal cual como se nos presenta para
luego construir a partir de lo que se nos da. No hace falta vestirse con la
capa de superhéroe ni, mucho menos, jugar como niños a imitar las hazañas que
vemos por la televisión. Basta tan solo con crecer, es decir, con dejar el
autoengaño de creerse la víctima en su propia historia para escucharse detenidamente
en mitad de este desafío que es la vida y no huir, para vivir el miedo, la duda
o la frustración y aun así, seguir defendiendo lo propio, asumiendo sus
consecuencias.
0 comentarios:
Publicar un comentario