EL MALESTAR EN EL CUERPO

lunes, 7 de enero de 2019



Más allá de la infinidad de diagnósticos consagrados en cualquier manual clínico, lo que se encuentra detrás es un cuerpo sufriente que se ha encontrado con un mecanismo- y no por casualidad- que lo obliga a asumir un mensaje que hasta el momento no ha querido reconocer o aceptar. Es así, como pensar en la enfermedad siempre resultará una cuestión incomoda, no solo por los síntomas dolorosos que en ocasiones la acompañan, sino más bien por lo que representa: esa interrupción brusca de nuestro funcionamiento cotidiano, esa señal de alarma que quiere hacerse ver y escuchar, esa molestia cuando no queremos ser molestados. De ahí que el ser humano prefiera mejor no pensar en ello ni mucho menos sentir, para eso la medicina tradicional que intenta acallar todo malestar a cambio de la confusa identidad de enfermo y la esclavitud de los rituales farmacológicos. Así pues, alguien dice soy hipertenso, diabético o bipolar con la confianza de quién tiene todo bajo control o al menos como si tuviera idea de lo que realmente dice sobre él/ella.
 

Todo esto porque el ser humano quiere seguir creyendo en la ilusión de su poder, no quiere reconocer la grandeza de la enfermedad y de la muerte, entonces cree poder dominarla y combatirla a partir de tácticas que solo le conllevan a más sufrimiento. La enfermedad se convierte así, entre otras cosas, en el recordatorio que nos muestra en el espejo nuestra finitud, lo frágil y vulnerables que somos siempre por dentro. 

De allí la inutilidad de batallar contra la enfermedad sin atrevernos antes a mirar de frente al síntoma, para tratar de descifrar que es aquello que intenta comunicarnos a través de esa invitación especial “conócete a ti mismo”. Desde esta óptica, sanar significa entonces, iniciar un proceso de descubrimiento para encontrarnos allí en medio de nuestras contradicciones, de aquellos deseos escondidos, de la historia propia y, sobretodo, de aquello que nos llevó a la agobiante enfermedad y seguidamente a sostener ese sufrimiento. Seguro que después de eso dejaremos de sentirnos como víctima de las circunstancias y veremos más allá de lo aparente. Por ejemplo, podremos empezar a preguntarnos sobre aquello que padecemos:  en qué momento apareció, de qué forma, que interrumpió o que propició? En este punto, ya nos habremos dado cuenta que la enfermedad es siempre una crisis que, por lo general, nos exige cambiar algo ya sea porque nos impide hacer lo que queremos o, por otro lado, porque nos obliga hacer aquello que no deseamos. ¿Rehúyo con mis síntomas de problemas pendientes? O ¿Quiere expresar mi cuerpo el conflicto emocional que no me atrevo a confesar?

Al final, las crisis exigen una evolución. Es por ello que la enfermedad nos conduce a zonas desconocidas que tienen el potencial de enseñarnos una verdad sobre nosotros mismos con el único objetivo de proponernos una nueva forma de recrearnos, pero solo cuando las atravesamos conscientemente. Sin duda no será un camino fácil, pero si algo me ha enseñado el psicoanálisis, es que debemos hacernos vulnerables para comprobar la propia resistencia. 

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