Las dos Fridas (1939) Frida Kahlo |
Revisando en las estadísticas nacionales e incluso mundiales, es común encontrarse con la depresión como una de las patologías clínicas con mayor prevalencia. Pero, ¿A que nos referimos cuando decimos depresión? No cabe duda de que, hoy en día, es un término incluido en la jerga social y, por lo tanto, un diagnostico con el que cada vez más las personas se definen. De esta manera, nos encontramos ante una perspectiva de la depresión como un como estado único, común e inofensivo, un desajuste en la bioquímica de nuestro cuerpo que se supera por sí sólo, o cuando más, con el apoyo de alguno de los fármacos que hoy encontramos en el mercado.
Así pues, es evidente como la depresión es ahora un término vago que no alcanza a comprender la complejidad de la vida mental de los seres humanos y las diferentes respuestas que cada uno adopta ante las experiencias de pérdidas y separaciones, esas que hacen parte ineludiblemente de cada existencia. Es claro, como en el transcurso de nuestra vida lidiamos (o fracasamos al lidiar) con estas situaciones de dolor que nos afectan, aun cuando no seamos conscientes de ello o no reconozcamos hasta qué punto nos han cambiado. ¿Alguna vez superamos una perdida? O simplemente, ¿Aprendemos a vivir con el dolor?
El dolor siempre será inevitable, pero lo que es preciso identificar es como, en algunos casos, una pérdida puede llevar de un abatimiento sostenido a un sufrimiento interminable, lleno de autoflagelación y culpa. ¿Qué sucede en cada una de esas experiencias? Finalmente, ¿Qué está en juego en cada perdida o separación? Para Sigmund Freud, esta diferencia se aborda a partir de dos conceptos: Duelo y Melancolía. Dirá entonces que el Duelo es como procesamos el dolor, un periodo intenso en donde se da la ardua tarea de separarnos de la persona que hemos perdido, ya sea por ejemplo, por una ruptura amorosa o por la muerte. Se trata de un proceso doloroso en donde se confrontan cada uno de los recuerdos y expectativas ligadas a aquella persona con la realidad de que ya no está o ya no se podrá cumplir.
Ahora, se llega a un estado de Melancolía cuando no se logra tener claro que es lo que se ha perdido. Es decir, no se logra entender lo que significa para sí esa perdida, lo que hemos perdido con ellos. Quizás, no solo nos enfrentamos con la ausencia de alguien, sino también con la perdida de aquello que nos ofrecía o con lo que pensamos que nos quedó debiendo (más cariño, protección). Este estado de melancolía involucra a su vez, una alteración en la imagen de uno mismo a un grado que lleva a la presencia de autoreproches, autoinjurias y una expectativa ilógica por ser castigado. Podemos decir que, en este punto, el sujeto ha quedado a lo sombra de quien ha perdido y termina identificándose a él. De esta manera, los autoreproches son en realidad los reproches dirigidos a la otra persona. Y es que en medio del dolor también se encuentra la rabia y el enojo, por ejemplo, por la simple razón de que se culpa a la persona que se va por su partida o, porque además del amor que sentimos por quién perdimos, tenemos escondidos una serie de sentimientos contrarios.
De ahí, que una forma de comprender la depresión es asociada a sentimientos hostiles que son bloqueados porque no se le permite su expresión y, en consecuencia, este enojo se vuelve en nuestra contra, surgiendo así el abatimiento, el desánimo y la pérdida del interés por la vida. El melancólico se encuentra encerrado en su odio, un odio tan poderoso que lo deja en un limbo doloroso y devastador, un estado del que se siente el afán de salir a toda costa, sin permitir(se) mirar aquello que el dolor le dice. De esta manera, con lo que nos enfrentamos es con una imposibilidad actual para preguntarnos más allá de lo que nos pasa o sentimos. Se busca incesantemente reparar un daño que no se conoce exactamente cuál es. Lo que finalmente, termina en estados recurrentes del mismo mal. La verdadera cura para la depresión: el duelo o la melancolía, es a través de la escucha y la palabra, esa que da sentido precisamente a aquello que aparentemente carece de él, el remedio más viejo de la humanidad.
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