LA ANGUSTIA NO MIENTE

jueves, 26 de marzo de 2020
Edvard Munch
El grito, 1893



En una ocasión conversando con D me cuenta que lleva días angustiado por un zumbido en su odio derecho, que lo paraliza. Me cuenta que todo empieza un día teniendo la sensación de tener aquel oído “tapado”, a lo cual no dio mucha importancia. Luego apareció el zumbido. Es así como afanado comienza a consultar con varios médicos hasta que, efectivamente, uno de ellos logra aliviarle el mal que lo aquejaba. Sin embargo, su angustia no desaparece. Tenía la sensación de seguir escuchando el zumbido, pero ahora de un modo diferente. No tenía certeza si era su oído que andaba mal o era su mente jugándole una mala pasada. Le atormentaba la idea de tener este ruido tan intolerable por el resto de su vida o, lo que sería peor, perder para siempre su capacidad auditiva (algo que hasta ese entonces no había valorado). Estaba completamente bloqueado, sentía que algo que no estaba bien y , por la misma razón, no podía seguir viviendo de esa manera así que suspendió sus actividades, estudios, planes, todo.


En este punto, parecía curioso la forma como aquel síntoma había interrumpido abruptamente la vida de D. Era como si ese zumbido se hubiese convertido en una señal de alarma que aparecía con el firme propósito de avisarle de alguna anomalía, lo obliga a detenerse  y a indagar porqué ocurría. Similar a lo que pasa con la alarma de los carros, que se activa para advertirnos que posiblemente esté en peligro. En principio podríamos pensar que el ruido es molesto, pero sería absurdo molestarnos por el sonido de la alarma, que precisamente busca cumplir con su misión, alertarnos de alguna anomalía que ha detectado y que nosotros no podríamos advertir en el momento con la misma rapidez.

De esta forma se las arregla la angustia, ese conjunto de sensaciones y pensamientos (síntomas), para removernos por dentro al punto de interrumpir nuestra vida, o más bien, con esa rutina diaria que a veces llamamos vida.  La angustia es entonces una motivación para decidir cambiar y llevar, quizás, una vida diferente. Por ejemplo, el chico al cual me refería arriba empezó por darse cuenta que necesitaba dedicarse a aquello que realmente le interesaba, pues había mucho de lo que para él resultaba importante que venía postergando desde hacía mucho tiempo. ¿No nos pasa eso, con mucha frecuencia, también a cada uno de nosotros? 

Ahora bien, escribo este texto coincidiendo con el caos actual que se vive en todo el mundo por la realidad de la pandemia y sus efectos en la psiquis humana. Así que no puedo evitar también reflexionar en cómo está situación ha interrumpido abruptamente en nuestra “normalidad” y como nos hemos visto obligados a parar, a no seguir buscando afuera la respuesta al cómo vivir, para echar un vistazo e indagar en lo que está dentro, en nuestro hogar y en nosotros mismos. Es por esto que, este tiempo (en donde más se acrecienta la angustia) no es solo un tiempo vacío para correr a llenar con cosas, así sean gustos y pasatiempos, con el fin de taponar lo que se resiste vivir, como quién busca por todos los modos hacer como si nada pasó. Más bien, es la oportunidad para ocuparse en redescubrir el mundo (tu mundo en particular). No quiere decir que no debamos ver series, películas, ejercitarnos o empezar un nuevo curso online. Más bien que a todo lo anterior hay que sumarle consciencia para hacer espacio a procesos que nos permitan explorar sobre uno mismo. Debemos conectarnos con lo que hacemos (¿realmente lo deseo?) y abrirnos a la posibilidad de vernos bajo otras perspectivas. 

Es así como, esta realidad nos demuestra cómo somos llevados, a rastras, en el torbellino que nos impone nuestra época actual. Atrapados en un sistema que nos llena de objetos, planes, obligaciones, deberes, más dudas y confusión, que nos exige cada vez más. Lo que termina acentuando la sensación de que nada alcanza o dura muy poco (logros, dinero, trabajo, relaciones), coyuntura para que también florezcan el estrés y la ansiedad.  Vivimos en medio de la precariedad y la incertidumbre. En ocasiones, también en medio de mucho dolor. La angustia no miente, viene a advertirnos que quizás estamos reduciéndonos meramente a ser un objeto de otro, por eso es un afecto que desestabiliza y desorienta. Aunque más allá de esto, la angustia no es más que una compañera que viene a decirnos que podemos hacerlo mejor (a nuestra medida), pero nos toca poner atención y aprender a escuchar (nos) para que esa alarma no intensifique más de la cuenta: ¿Voy en la dirección correcta en relación a mi deseo?, al menos, ¿Estoy disfrutando lo que hago ahora?

0 comentarios:

Publicar un comentario

Back to Top