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Una capacidad indiscutible de los artistas, es la sensibilidad que les permite interpretar y ofrecernos, a partir de su obra, su lectura del mundo, una visión que se acerca a la verdad que también se busca, aunque con mayor complejidad, desde todo el sistema conceptual de la ciencia. De allí que, como afirmó Freud en su época, el arte siempre nos ha llevado la delantera y es preciso, entonces, repensar la producción artística y su poder transformador, pues es mucho lo que nos podría enseñar acerca de uno mismo y el mundo (realidad) que habitamos.
Y es que siempre hay una parte en cada uno de nosotros que desconocemos, algo sobre lo que no sabemos pero que intuimos que existe, que tiende a nombrarse falsamente con otros discursos: morales, médicos, sociales, religiosos, pero que a la final no alcanzan a formar el retrato de lo que somos. No obstante, el ser humano siempre está en la búsqueda por la revelación de ese “otro escondido” que lo habita y es así como el arte se ha convertido en un facilitador que permite aproximarlo través del juego de palabras e imágenes.
De esta manera, lo primero que nos enseñan los artistas es a abandonar la complaciente tendencia a taponar las paradojas de la realidad, de un modo meramente tranquilizador, para enfrentarnos con el malestar, con la angustia de la hoja en blanco o del lienzo en blanco, o de la incertidumbre de no saber (¿qué es lo que se piensa o siente, ¿qué hacer?). El arte muestra que, en nuestra vida debemos implicarnos, dejar de seguir a ciegas las respuestas de otros, salir del aletargamiento e iniciar nuestro propio proceso de construcción y creación, un camino que debemos iniciar desde el vacío, desde ese descubrimiento y pregunta que significa el no saber.
Así pues, convivir en momentos con el vacío y su angustia es como encontrarse solo en la inmensidad del mar, que puede vivirse con desesperación, afanándose en patalear y luchar contra la corriente, aunque lo único que se consiga sea hundirse mas. Cuando en realidad, lo único que nos salva es aprender a flotar, quedarse quieto y dejarse llevar, luego volver actuar cuando venga la ola, advertir que se puede estar en el mar y no hundirse, saber esperar el tiempo en que todo se acomoda hasta llegar a la orilla.
Hacer de la vida arte es estar dispuesto a vaciarse y crear, a embarcarse en un viaje, atravesado por lo nuevo, rumbo a aquellos territorios desconocidos de nuestro interior. Significa vivir en la libertad de jugar con los personajes y la trama de nuestra propia novela, invertir los trazos que seguíamos en el lienzo, reinventar otros colores, tocar un compás distinto. Es atreverse al ridículo, a soñar, a volver a surgir siempre que sea necesario, hasta que la vida que llevamos se lo mas parecida a lo que somos, es decir, cuando nuestros actos coincidan realmente con nuestras ideas e intenciones. Dejarse llevar como cuando se flota en medio del agua, es vivir siendo sinceros con uno mismo y no solo por seguir convenciones y dogmas. Dejar a un lado la razón y la lógica, ser artistas y vivir con sensibilidad.
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