Esto no es una pipa René Magritte (1929) |
La vida no puede entenderse por fuera del conflicto. Así como, es preciso afirmar que no existen personas sin conflictos y es necesario dejar este ideal de pureza para poder avanzar. Una muestra ineludible de esto, se representa día a día en medio de las relaciones con los demás, las cuales se encuentran atravesadas con frecuencia por el malentendido, por esa singularidad en que cada quien interpreta lo que vive. La felicidad o la madurez, no son entonces, etapas donde el ser humano queda libre de encrucijadas, sino un proceso en donde se aprende a lidiar con ello, con mecanismos o recursos que no agreguen más sufrimiento (digamos, que más de la cuenta).
Retomando la idea anterior, la cotidianidad no es más, que el gran escenario por donde se muestran destellos de mundos íntimos (con sus conflictos), es decir, es el medio por donde se expresa nuestra interioridad. Eso que somos, ese borrador sin cuadro en donde se mezclan las impresiones vividas y el modo en que fueron elaboradas. Es así, como uno de los más bellos descubrimientos de la teoría psicoanalítica, fue dar cuenta que hay pequeños detalles de nuestra vida diaria que son el rastro de algo más que se esconde tras la superficie. Hay un sentido detrás de nuestros actos a la espera de ser comprendido.
Así pues, somos a partir de lo construido en nuestra historia, que es lo que configura la actitud que adoptamos ante la vida y, que, al tiempo, se convierte en las maneras habituales que tendremos de interpretar y de reaccionar ante los estímulos. Ese modo de ser y hacer. Ahora bien, cuando se vive sin conciencia, esto se convierte en síntomas que aquejan y llevan a una seria de actos sin sentido que se repiten. Por ejemplo, ¿Analizo todo lo que pasa, lo que me dicen o “me hacen” desde una posición defensiva, de víctima, desde el miedo o la paranoia, etc.…?
Entonces, no hay mayor espejo en donde vernos reflejados en esos modos, que cuando estamos en relación con otro. Pues es en este contexto, donde es posible reconocer que mi manera o formas de ser/ hacer muchas veces se encuentran alejadas de las del otro. Es allí cuando se nos presenta la posibilidad de reconocer nuestra singularidad y, también, lo particular que se mueve en otros mundos.
De ahí la importancia de aprender a escuchar los distintos modos de ser (luego de haber escuchado el propio). Reconocer y respetar en el otro sus maneras, formas, estilos y actitudes. Lo que exige salir un poco de uno mismo, de esa “lógica” que es solamente nuestra, para acércanos al campo de visión del otro. Sobre todo, para no vivir esas condiciones como limitación para estar y compartir.
Ese es el fundamento de la empatía y la fuente para la apertura hacia el dialogo verdadero, ese en donde se deja pensar y se escucha. Aceptar que el otro es distinto o puede pensar distinto que yo, que puede decir algo que no me guste, que la relación no es incondicional y que su ausencia no tiene por qué vivirse como algo negativo y hostil, dejar de vivir con ideas negativas que limitan la vida y, que seguramente, se encuentran más relacionadas con el pasado, y aprender a interpretar de distintos modos. Por ejemplo: si alguien no me cuenta algo no es, necesariamente porque no quiera. O, si alguien no está, quizás no sea porque me evite o abandone, etc….
En este sentido, establecer una relación sana (con la pareja, los amigos, los compañeros de trabajo) supone la confianza y la apertura hacia otro, para reconocer sus modos y no tomar las cosas personal, es decir, para renunciar a la idea del otro malo que hace las cosas a propósito o con intención de molestar(nos). Para no ver la diferencia como una agresión. Seguramente existieran relaciones más sanas y felices (en especial las de pareja) si estuvieran basadas en la buena fe, en saber que ninguno haría nada con la intención consciente de herir al otro, si eso ocurriera seria por error no por maldad. Sobre todo, si cada uno se reconociera en medio de sus conflictos y decidiera que hacer al respecto.
0 comentarios:
Publicar un comentario